Valor —> del Latín Valere que significa “ser fuerte”
Coraje —> del Latín Cor que significa “corazón”, “echar el corazón por delante”
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Por eso, cuando en las sesiones de terapia, las personas se piden a sí mismas tener valor, yo les digo: Y ¿por qué no tener coraje?
¿Cuál es la diferencia? Me dicen.
La diferencia está en su propia etimología. El coraje nos habla de poner el corazón, que sea este el que nos guíe y con el entremos en el miedo, en la incertidumbre, en lo que nos cuesta, en todo.
Para mi, cuando alguien atraviesa sus sombras, miedos o situaciones desagradables o difíciles, en consulta y en los círculos, está poniendo el corazón.
También ponemos coraje simplemente por vivir. Corazón que nos hace seguir tomando la decisión de seguir aquí.
Fíjate que curioso que el valor en su raíz es igual a ser fuerte. Cuando ser fuerte a mi me suena a rigidez, coraza, con pelea y tener que superarse, lo cual es no mirarnos y mirar con ternura.
Te deseamos coraje en tú vida.
El silencio
El silencio puede llevarnos a la escucha interior y ser una herramienta para conectar en intimidad con nosotras mismas.
Ahora bien, ¿cuántas veces te has callado para que los demás no se enfaden? ¿Para que no te abandonen? ¿Para no entrar en conflicto? ¿Cuántas veces te has callado porque pensabas que lo que ibas a decir era una “tontería”?
Muchas veces nos hemos castrado o alguien nos ha silenciado. Nos quedamos contenidos, sin poder expresar nuestras sensaciones, emociones, pensamientos…
Tenemos miedo porque el vínculo puede estar en juego.
Pero, si no hablas, si no te permites expresarte, si alguien te silencia. ¿Tú dónde quedas? ¿Dónde queda el respeto a una misma? ¿De verdad creemos que entonces eso que no se dice no influye en nuestra relación?
Si me callo, probablemente eso que no digo saldrá de otras formas. Porque lo que siento, pienso… se transforma en acciones o inacciones.
Es importante tener en cuenta cómo nos comunicamos. Como expresamos lo que nos pasa, porque una cosa es expresarme y otra “vomitar” al otro lo que me pasa.
Una cosa es hablar, poder sacar fuera y otra diferente responsabilizar al otro de lo mío.
La comunicación no violenta, así como otras herramientas nos ayudan a poder expresarnos desde la responsabilidad y el cuidado hacia mi y hacia las demás.
La meditación
La meditación es un estado que alcanzamos cuando nos conectamos con nuestra respiración y nuestro cuerpo, recogemos nuestros sentidos y nos concentramos. Así surge el estado meditativo.
Un estado de profundo encuentro con el sí-mismo, el observador interior. Surge la identificación con ese observador que está siempre, aunque a veces no nos hemos identificado con él.
Cuando esto sucede nos conectamos con nuestra misma esencia. Nuestro SER, nuestra alma, nuestro Yo (llámalo como más te conecte a ti).
Y a todo esto se llega, principalmente, por el cese de las fluctuaciones mentales, como dice el Segundo Sutracdel libro “Yoga Sutras” de Patanjali:
yogas chitta vritti nirodha – «Yoga es el reposo de las fluctuaciones mentales »
Para llegar a ese yoga que menciona, que es la iluminación, ese contacto con el si-mismo, es fundamental la práctica. Haz mucho yoga, haz mucha meditación, practica en una misma línea o técnica, pon enfrente de ti lo que necesitas transitar, ver, experimentar, sentir, avanzar… encuéntrate contigo, todos los días un rato.
¿Si tú te abandonas, que te va a quedar? ¿Cómo podrás VIVIR, así en mayúsculas, si estás desconectada?
¡Meditemos hoy y todos los días de nuestra vida!
El duelo: un baile entre el dolor y el amor
Cuando alguien se va, vive en nuestro recuerdo en nuestro corazón.
Se manifiesta en nuestras acciones, en nuestra vida misma, en las sonrisas, en las lágrimas, en el viento…
Como dice un cuento: “están en todas partes y en cualquier lugar”.
Despedirse es doloroso, la muerte nunca nos viene bien, siempre es hoy y a todos nos llega. Nos recuerda la impermanencia, la incontrolabilidad, lo efímero de nuestra existencia y que a la vez estamos compuestas de instantes.
La vida es ahora y aunque cuando alguien que queremos mucho se va, nos puede parecer que la vida no tiene sentido o que nos cuesta seguir en ella viviendo, un gran homenaje es VIVIR, así, con mayúsculas.
Vivir y que en cada latido de nuestro corazón viva esa persona que un día nos dios tanto amor, compañía, e incluso la vida misma.
Cuando el dolor baje su intensidad, el amor tomará su lugar. Porque cuando alguien se nos va hay una mezcla de dolor y amor, de tristeza y alegría, de ternura y de rabia.
Déjate vivir el proceso, el duelo tiene su peculiaridad en cada persona.
Que el amor, la ternura y todo lo vivido con esas personas que queremos tome esos rincones doloridos. Que apreciemos aún más estar vivos y hagamos de nuestra vida un homenaje. Porque la muerte tiene el poder de ponernos más en la vida que nunca
La memoria y el orgullo
Los recuerdos que tenemos de lo que sucedió, lo que creímos que pasó, lo que nos caló. Muchas veces nos retiene en lo inconcluso, en el pasado, en nuestro estado niño.
Dejar de engañarnos y estar en el presente, el aquí y el ahora entendiendo que es lo que existe, el presente, nos libera.
Esto no significa negar el pasado, sino que nos lleva un trabajo muy profundo de esas fijaciones, experiencias, adaptaciones, porque ellas están contigo ahora, en cómo vives el presente, en cómo lo sientes, en cómo lo interpretas.
Dejad de querer llevar la razón, aceptar que estamos sujetas a interpretaciones, nos responsabiliza y nos acerca más a nosotros mismos.
Que el orgullo no te enjaule, que la memoria no te someta, que sean herramientas para tú liberación.